Sí, es muy atractivo querer tener razón en una discusión. Seguro a te ha pasado, como a mí, de haber analizado un tema concreto, sacar una conclusión válida y exponerla en una reunión, pensando que lógicamente los demás van a darte la razón. ¿Por qué pensaríamos lo contrario, si lo expuesto son hechos claros e irrefutables? Sin embargo, no es raro encontrarnos con alguien que no encuentre válido nuestro razonamiento o que sostenga que estamos pasando por alto algún otro ángulo del tema en cuestión. En ese momento es muy fácil caer, justamente, en invalidar también nosotros a esa persona que lo cuestiona: pensar que sostiene una idea irracional, sin sentido, incompleta, etc. Y, desde ese lugar, es fácil que la conversación se torne una lucha por querer tener la razón, entrando en un bucle, donde inexorablemente la pelota pasa de un lado a otro, sin escucharnos verdaderamente y sin entendernos. Si caemos en esta situación, es bueno darnos cuenta que lo mejor es parar y retomar la conversación en otro momento. Los egos ganaron y las emociones van subiendo, con las ya sabidas consecuencias que tiene en los vínculos.
Querer tener razón es un juego de la vieja época. En el sistema viejo el jefe tenía la razón. Ahora, el juego efectivo no es tener la razón, sino ponerse de acuerdo, sabiendo que cada uno tiene su razón y que la cuestión es alinearse. Vivimos en un mundo complejo donde hace falta aceptar la ambigüedad y convivir con ella.
Acciones pobres, resultados pobres: sufrimiento y energía perdida
Querer tener la razón trae un sufrimiento innecesario, además de ser un ejercicio infértil. Pensá en toda la energía gastada en querer tener la razón: con tu familia, con tu pareja o con tus hijos… Imaginá si el juego fuera otro: si esa energía estuviera disponible para ver lo interesante de otros puntos de vista, validarlos e enriquecernos con ellos.
El resultado de una conversación para tener razón empobrece las acciones futuras. Por ejemplo, si en tu familia están programando las vacaciones de verano, seguro aparecerán distintas ideas de los hijos adolescentes y de la pareja. En el juego de querer tener razón, lo más probable es que una de las personas termine decidiendo por las demás: la más fuerte en ese momento, la que más influye o la que toma siempre las decisiones. Pero ahí no se logró alineación, sino obediencia. El resultado es que las personas no alineadas con dicha decisión saboteen hasta el mejor plan diario, o hagan malas caras, o pongan pocas ganas. ¿Qué pasó? El sistema (equipo, familia, grupo de amigos, etc.) muestra con esas actitudes o acciones que algo pasa, que no hay conformidad, que se necesita algo más que solo va aparecer conversando. ¿Se parece esto a muchas situaciones que suceden en la oficina, no?
Cambiar el juego
El sólo hecho de introducir esta sencilla regla en la conversación, a modo de establecer un marco , cambia mucho la actitud inicial y, por lo tanto, los resultados: “en esta conversación no vamos a jugar a querer tener la razón, dado que cada uno ya la tiene… en parte.’’
Esta regla es una invitación a escucharse, a sacar la idea esencial de cada voz y ponerlas sobre la mesa para tomar una decisión en conjunto, más sabia.
Creeme o, mejor dicho, ¡probalo! Es mucho más productivo. Si querés profundizar en estos temas , te invito al taller Conversaciones y efectividad.
Allí explorarás y experimentarás:
- Cómo conversar sin querer tener la razón.
- Cómo eliminar las formas tóxicas que tenés al hablar y desactivar las que te surgen espontáneamente.
- Aprenderás una herramienta para construir compromiso desde la conversación.
- A coordinar acciones que realmente se efectivicen.
- A poder destrabar conflictos que no llevan a ningún lado.
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