Cuando hablo de liderazgo, hablo de influencia constructiva, desarrollada en un marco de valores, para llevar a cabo acciones con otros que permitan lograr fines y objetivos.
Tendemos a pensar que el liderazgo es una habilidad de personas extraordinarias; personas que son reconocidas, que alcanzan notoriedad pública o que están en puesto de alta responsabilidad. Tendemos a pensar que esas personas tienen cualidades que están fuera del alcance del común de los mortales. De hecho, nos surgen sin mucho pensar nombres de figuras internacionales como Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Steve Jobs, Napoleón Bonaparte, etc.
Me gustaría aportar otro ángulo a esta afirmación, sin dejar de darle valor a lo anterior. Creo que el liderazgo es más abarcativo. Aparece en cada uno de nosotros en ciertos momentos. Emerge cada vez que incidimos para ayudar a otros a que desafíen una circunstancia que agobia o los limita; emerge cada vez que aportamos luz a una situación donde nadie sabe qué hacer; emerge cada vez que recibimos un «golpe» de alguien y en vez de devolverle lo mismo (eso serÍa una “actitud de rebaño”) le mostramos comprensión y buscamos salidas para ambos constructivamente… El liderazgo emerge en miles y miles de personas comunes todos los días, cuando muestran respuestas diferentes a una reacción reactiva.
Piensa en tu entorno: cuántas veces has visto a un compañero que aporta en un conflicto esa mirada justa y constructiva, que ilumina al resto del equipo, haciendo pensar y disolviendo actitudes mezquinas e individualistas. O en una situación de servicio al cliente: el colaborador que logra calmar y transformar la actitud hostil de cliente enojado por una actitud colaborativa, para poder juntos acercarse a un resultado mejor. Muchos ejemplos tenemos en el día a día de personas ordinarias que tienen en un momento actitudes extraordinarias de liderazgo.
¿Por qué me gusta esta perspectiva? Porque es una perspectiva generativa para todos nosotros. Nos permite, no importa el rol, ni el cargo, ni el medio donde actuemos, ni la formación, servir a otros, cada vez que la situación lo requiera. Y, en ese servir, crecer como persona e ir desarrollando cada vez con mayor intensidad, en más momentos, actitudes de liderazgo.
No existe liderazgo sin crecimiento personal, que nos permita alejarnos de los egos, el egoísmo, la mirada individualista, el rencor. El liderazgo es influencia y esa influencia se debe ganar; no vale con quererla tener, con esperarla de los demás, con hacer solo pensando en eso. Te la regalan los demás. Así de complejo y simple, porque te ven una persona de bien, con ideas de superación puestas al servicio de los demás, coherente en el pensar, hacer y decir. ¿Qué te parece esta perspectiva?
Cómo desarrollar una actitud de liderazgo
Tenés en cada momento la posibilidad de hacerlo. Cuando haya una situación difícil o un problema en el equipo, por ejemplo, desafiate a dar la respuesta justa para todos, que conlleve valores, que respete a las personas, que las entienda, pero marque un camino de superación, una enseñanza.
Recuerdo una anécdota que me contaron, alineado a lo anterior. Unos muchachos estaban jugando ajedrez en la vereda y, en medio de la partida, una niña de 8 o 10 años pasa corriendo y les tira las fichas. Enseguida apareció la frustración y el enojo en uno de los chicos, que increpó duramente a la niña. Ella lo miró con cara apenada y le dio un gran abrazo y en un segundo se desarticuló la situación. El chico es ahora un hombre, pero nunca se olvidó de esa experiencia. La niña lideró. No reaccionó con “actitud de rebaño”, se disculpó desde el amor. Solo necesitó un gesto de aprecio para resolver la situación. ¡¡¡Eso es liderar!!!