Cuando la frustración le gana al líder

A veces, como líderes, la impotencia de que lo pedido o acordado no salga cómo esperábamos, nos lleva a aplicar la fuerza del cargo, de una manera que no solo no construye, sino destruye las relaciones y nuestra imagen como líderes. Ahí, en medio de ese momento de frustración como jefes, es que lanzamos alguna frase, o encarnamos cierta actitud, donde queda claro que “soy yo quién manda’’… O por lo menos la pensamos y actuamos en consecuencia.

Hablaba hace unos días con una persona referente de un equipo, que me contaba su frustración con sus colaboradores. En pocas palabras, según este líder, su equipo no asumía compromisos; ni siquiera los más mínimos, como, por ejemplo, llegar en hora, pese a que lo haya conversado en múltiples ocasiones. En su relato alegaba que era un líder cercano a su equipo, que los escuchaba y los motivaba. Incluso, al inicio de la relación contractual, les explicaba sus expectativas para con el puesto, de modo de que quedaran claras las reglas del juego desde el comienzo. Al no conseguir los resultados esperados, lo que le surgía como último recurso era afirmar su poder: ‘’acá mando yo’’, ‘’las cosas son así porque yo digo’’.

Es natural esa reacción cuando la impotencia y frustración nos gana. Quizás yo también me sentí reflejada en esa impotencia en algún momento. Si no sale, entonces a la fuerza, pues. Pero a la fuerza tampoco es la solución. El ambiente se enrarece y «cuando te das vuelta» cada uno hace lo que le conviene, en vez de lo convenido. Este relato lo he escuchado muchas veces. En ese punto los colaboradores se encuentran acorralados y, por supuesto, es más fácil caer en la queja y la crítica.

¿Dónde está la clave? ¿Qué está haciendo mal este líder que alega cumplir con todo el manual de liderazgo?

Justamente, ahí reside cuestión. Liderar no es aplicar fórmulas de manera racional: paso 1, 2, y 3. Liderar es una actitud que nace del corazón y de creencias positivas hacia las personas, los equipos y el futuro.

Algunas actitudes que observé en los buenos líderes, que ayudan a abordar los momentos de frustración:

  • Desarrollan aprecio y valoración genuina sobre las personas.
  • Hacen hincapié en lo positivo y desde allí construyen planes de futuro.
  • Confían y buscan ser confiables.
  • Buscan posibilidades de acción, aunque las cosas vayan mal.
  • Saben que el cambio forma parte de la vida, hay que crear y avanzar en medio de él.
  • Valoran los resultados, pero saben que se logran con las personas.
  • Hablan y escuchan desde el corazón cuando abordan temas sensibles.

Queda claro que aplicar una receta aprendida en un taller, un libro o un maestro no resulta suficiente si las cuestiones de base faltan. Y que la fuerza no es el camino frente a la falta de resultados.

¿Cuál actitud tenés «más a mano», de las mencionadas anteriormente? ¿Cuáles te hace falta fortalecer y desarrollar?

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