Hay que admitirlo: las reuniones tienen mala prensa. ¿Quién no ha pensado y escuchado algunos de estos comentarios?
- Me paso de reunión en reunión, no sé cuándo trabajo…
- Me llevo la computadora y avanzo con lo mío.
- No sé por qué me invitaron a esta reunión…
- ¿Para qué tantas reuniones, si no se avanza?
- No tengo tiempo para perder en reuniones…
- En la última reunión nos fuimos por las ramas y no resolvimos nada.
¿Qué es lo que está pasando? ¿Las reuniones se deberían erradicar o mantener? Para mí la respuesta es un gran “depende”.
Las reuniones son un legítimo instrumento de coordinación de equipo, insustituible si se hacen bien. Son un espacio, también, para el análisis y la toma de decisiones de un equipo o entre equipos.
He conocido muchos gerentes que frente a reuniones improductivas, o reuniones que terminaban en conflictos, decidieron directamente eliminarlas.
Pero antes de decidir erradicar aquellas reuniones que creemos improductivas, que sentimos que no aportan valor o que son una pérdida de tiempo, debemos revisar y cuestionarnos: ¿cómo las estamos estructurando y liderando?
Unas preguntas para pensar…
Si todos opinamos lo mismo sobre las reuniones, ¿por qué no nos proponemos mejorarlas? ¿Por qué no nos decidimos a hacerlo?
Naturalizamos las malas reuniones en vez de cambiarlas. Quizás, la respuesta está en que nos acostumbramos a un pobre desempeño de la aplicación de este instrumento; y en creer que el problema es, de hecho, el instrumento.
Pero los instrumentos nunca son el problema: internet no es el problema, las redes sociales no son el problema ni los celulares, como cuna de distracciones. El problema radica en cómo las personas estamos usando los instrumentos.
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