El «paso cero» frente a un problema

Albert Einstein solía decirle a sus alumnos que si tuviera una hora para resolver un problema y su vida dependiera de ello, dedicaría los primeros 55 minutos a entender el problema y los últimos 5 minutos a encontrar la solución.

Este enfoque que aporta tanta claridad, y hasta pareciera apuntar lo elemental y obvio, ¿cuántas veces la aplicamos?

En un mundo superproductivo, donde se sobrevalora la acción, el resultado inmediato, el movimiento frenético (tenga sentido o no) y las agendas llenas, es entendible que nuestro impulso natural frente a la urgencia de un problema o desafío sea saltar directo a la acción. Todo por una falsa ilusión de que en ese dinamismo y aparente proactividad nos estamos haciendo cargo. Pero la acción sin un entendimiento profundo de lo que está sucediendo posiblemente poco solucione. Nos perdemos en la superficialidad, con resultados a la par.

Esto me recuerda a cuando un participante de un taller nos compartió que en su organización era importante mostrarse haciendo algo. No importaba qué… Lo importante era mostrar movimiento. Un ejemplo que parece tan exagerado como real.

Entender verdaderamente el problema es dedicarse a verlo desde todos sus ángulos: descubrir perspectivas y capas más profundas, que nos abren a  posibilidades y acciones más trascendentes y menos evidentes, y que no hubieran sido visibles para nosotros de otra forma. Pero es sobre todo sostener la incomodidad del “no sé. Encontrar con incomodidad, paciencia y esperanza (pues frente a un problema no siempre habrá certezas), la semilla de una posible solución. Desde el “ya lo sé”, en cambio,  es que saltamos a la acción inmediata, repitiendo los mismos patrones que demuestran no estar funcionando.  

Es que entender y analizar, detrás de su aparente quietud, es un movimiento en sí mismo: pero interno, profundo, silencioso y hasta valiente. Que como todo proceso, requiere dedicación y foco. Y estar dispuesto a transitar y sostener la confusión y las emociones que implican necesariamente el tránsito entre el «no saber» y «saber». También es abrirse en el camino a la creencia de que se puede solucionar, aunque no haya evidencia clara y directa de ello.

Este es el enfoque justamente del Coaching Ontológico, que no es un Coaching que va de buenas a primeras a la acción. Claro que termina en acción y en resultados concretos, pero luego de haber recorrido ese camino interno que nos permite ver la situación desde un lugar más trascendente.

Pero más allá del Coaching, este enfoque aplica a todo. En nuestra vida personal y profesional. Lo vemos cuando, por ejemplo, saltamos de una estrategia comercial a otra, hasta conseguir el resultados que buscamos, en vez de entender y analizar qué parte de esa primera estrategia, que tanto planificamos, no funcionó para mejorarla y en todo caso redireccionarla, y no descartarla totalmente de forma automática. Porque el costo de saltar de una acción a otra, sin un análisis lo que verdaderamente está pasando, es drenaje de nuestra energía y recursos.

Nos urge la inmediatez, el camino corto, el tip. Lo vemos muchas veces en clientes que nos contactan. ¿Cuánta paciencia ponemos al proceso de entender? ¿Será que con los avances de la tecnología nos acostumbramos a una vida práctica de soluciones instantáneas y cómodas? ¿Esas soluciones son siempre reales o a veces ilusorias?

En definitiva, conectar con este “paso cero” de analizar antes de pasar a la acción, nos permite:

  • Claridad y foco
  • Llegar a acciones y resultados más trascendentales y satisfactorios
  • Optimizar recursos y cuidar nuestra motivación y energía (el motor de todo)

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